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miércoles, 5 de febrero de 2014

Azul eléctrico



Esa mirada gélida e impenetrable, esos ojos azul eléctrico, desafiantes y amenazadores, que eran el escudo perfecto para esconder aquello que no quiere mostrar a nadie….

Aparcó el coche delante de la oficina bancaria, sería el encargado de solventar el agujero negro que había dejado su antecesor a causa de las aberrantes operaciones inmobiliarias realizadas y  como pago a su nefasta gestión había obtenido un ascenso en su carrera junto a un más que generoso sueldo nada merecido. Él sabía que ese destino era un castigo por no cumplir los objetivos de ventas de productos financieros basura y por conceder créditos los pequeños comerciantes del barrio para evitar que éstos tuvieran que cerrar sus puertas; el hecho que la tasa de morosidad de su oficina fuera de las más bajas, nunca se tuvo en cuenta.

Al entrar por la puerta, todos los empleados sabían quién era; todos desviaban la mirada al ver aquellos ojos azul eléctrico. Enseguida notó el miedo y el nerviosismo en cada uno de ellos, la palabra ERE corría como la pólvora por todas las oficinas. Se presentó y saludó a cada uno de sus empleados de una forma fría e impersonal. Le enseñaron donde estaba su despacho y se dirigió a él cerrando la puerta. Se sentó en la silla y encendió el ordenador para mirar el plan de trabajo del día. No había traído ningún objeto personal para romper la monotonía y la frialdad de la decoración, sabía que no iba a estar mucho tiempo allí.

La primera visita que tenía programada era una pareja de treintañeros, ambos con un  trabajo solvente. Miró su expediente, impago de un crédito para realizar un viaje alrededor del  mundo, otro para la compra de un vehículo que el mismo no podía pagar y la hipoteca de una majestuosa casa con un precio desorbitado con unas cláusulas abusivas que sólo un idiota mal informado hubiera firmado. Hizo sus cálculos, y después de comprobar que podrían vivir dignamente sin el derroche y despilfarro que hasta hace poco habían llevado, puso su expediente en la pila de ejecución hipotecaria, haciendo caso omiso a sus lloros, súplicas y lamentos.

Su segunda visita era una mujer que tan sólo hacía un año que se había jubilado, y de su pensión vivían ella, su hijo, su mujer y sus dos nietos que sufrían la plaga que invadía el país… el paro. Su pecado,  avalar a su hijo en la compra de un pequeño piso exageradamente tasado, con el consentimiento del banco. La dignidad y la serenidad con que la mujer expuso su caso casi rompe su armadura en forma de fría mirada azul; y en ese mismo momento supo que accedería a la solución por ella planteada, la dación en pago de la vivienda en la cual podría seguir habitando a cambio del pago de un alquiler social.

La tercera visita era el propietario de una pequeña empresa de servicios de mantenimiento y limpieza. Y recordó donde había visto el nombre de la misma, en los uniformes de los empleados que realizaban la limpieza del polideportivo municipal al cual acudía tres veces por semana. Escuchó atentamente las explicaciones nerviosas del empresario del porque necesitaba una ampliación de su póliza de crédito. Examinó la documentación presentada y observó que las dificultades de financiación de la empresa se debían a la falta de pago por parte del Ayuntamiento de las facturas surgidas por el contrato de servicios firmado por ambas partes para la limpieza del polideportivo. Además de acceder a la ampliación de la póliza de crédito, llamó a un amigo suyo que formaba parta del equipo de gobierno municipal para ver si podía desencallar el pago de dichas facturas.

Y llegó la hora del fin de la jornada laboral, y hubo una desbandada general, tampoco los podía culpar de nada, nadie les iba a agradecer ni pagar las horas de más efectuadas. Él se quedó un rato más para acabar la documentación necesaria respecto a las decisiones hoy tomadas. En cuanto subió al coche se quitó la corbata y condujo en dirección a su casa. En cuanto abrió la puerta esa mirada gélida se transformó en otra vivaz y llena de alegría al ver aquel niño de tres años que corría con los brazos en alto en busca de un abrazo al grito de papá. Su mujer lo estaba esperando con una sonrisa radiante pintada en la cara y le dijo: “Lo has conseguido”. El trabajo de contable en aquella pequeña empresa era suyo. Sus ojos azul eléctrico siempre desafiantes cambiaron a  una tonalidad azul celeste que detonaban la serenidad y tranquilidad que de repente sentía…. La felicidad rara vez depende de acumular más y más riqueza. 

"¿Que hace falta para ser feliz? Un poco de cielo azul sobre nuestras cabezas, un vientecillo tibio, la paz del espíritu".
André Maurois



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