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domingo, 12 de abril de 2015

Esperanza


Te voy a contar la historia de mi vida. Comenzó cuando solo una partícula pequeña de mi padre viajó al interior de mi madre y empezó el proceso complicado que haría que me fuera formando poco a poco. Los que me quieren, me han querido y me querrán esperaban con intenso deseo mi completa formación y hasta pensaron en darme un nombre, pero era pronto todavía. Si todo marchaba bien, yo estaría completa y lista para el otoño… esa época del año que es algo fría, cuando las hojas de los árboles se caen haciendo una fiesta de colores en las calles y volando como mariposas en el aire y luego amontonándose formando un colchón sobre la hierba. ¡Es tan bonita esa estación del año! 

Mientras tanto, yo me mantenía flotando en el vientre de mi madre… escuchándolo todo, conociendo algunas voces y sintiéndolo todo. La música suave me arrullaba, pero los ruidos fuertes me asustaban y estremecían. 
 Los que me quieren, me han querido y me querrán, me veían proyectada en el futuro. Querían que yo fuera niña… ¡si supieran que lo era! Imaginaron sentir mi alegría el día que celebraron en mi nombre, cuando aún flotaba yo en la bolsa de la vida. Desde allí podía percibir la felicidad de todos. Según ellos, me hicieron muchos regalos y mi madre estaba radiante de alegría… y mi padre orgulloso. Pero los que me querían, miraron todavía más allá en el futuro… a mi día de nacimiento; cuando saldría del hospital con mis ojitos cerrados y llegara a mi casa donde me acostarían en una camita sola para mí al lado de mi madre. Para entonces me habían puesto el nombre, un nombre muy especial: Esperanza me llamaron, ¡me gustó tanto! Y pensando, trazaron mi futuro, llegué a ser una muchacha bonita, sincera, inteligente y cariñosa. E imaginaron que una tarde de verano, cuando el sol dejaba de ser tan fuerte, cuando las plantas descansaban del intenso calor de la mañana y la fuente del patio era el balneario de los pájaros… estaba yo sentada al pie de mi madre que se sentía enferma, ofreciéndole una taza de té, tomándole una mano entra las mías… ¡la quería tanto! Mi padre me dio un beso cuando llegó del trabajo y yo le preparé la cena para que mi madre descansara; yo quería que se mejorara.


Después de un refrescante baño, me cepillaba mi largo cabello, castaño como el de mi madre, y mirándome al espejo exclamé:  “¡Qué bonita eres Esperanza!”. Esa noche vendría a visitarme el amor de mi vida, aquel que me llegaría a querer para toda la vida. Me maquillé, y con un pincel tracé una línea perfecta en mis ojos y pinte mis labios rojos. Mi sonrisa fue agradable, bonita. Mis dientes estaban todos alineados y limpios. Me puse una colonia exquisita y un vestido nuevo. Mi madre me observaba desde lejos cuando me miraba y me daba la vuelta frente al espejo grande de la sala.  Exclamó: “¡Estas preciosa hija, qué bella te ves con ese vestido!” Me sentí tan halagada que corrí a darle un beso. Su olor me transmitió su amparo, ese olor, que como madre, llevaba consigo. En sueños, imaginaron a mi padre orgulloso de verme y seguramente pensando en lo que se había convertido su niña, en relativamente poco tiempo. ¡Y lo que me faltaba por vivir! Sí, la boda, ese bello vestido blanco y largo con una cola… las flores, la tiara sosteniendo el velo… Todos los que me quieren, me han querido y me querrán, estarían presentes, sonrientes y felices…
Pero como han visto, todo esto ha sido una ilusión, porque… los que me quieren lo habían previsto así, soñado así…
Una mañana les dio frío. La que me llevaba en su seno, sufría… contaba sus cuatro meses de embarazo en primavera, cuando los pájaros cantaban felices y anidaban protegiendo sus polluelos y sus huevos… Cuando las flores abrían en los jardines y el sol se asomaba anunciando un nuevo día; mi madre lloraba, y yo que dormía, de repente sentí que me ahogaba… la oscuridad me envolvió y dejé de escuchar las voces conocidas. Sentí escalofrío en todo mi cuerpecito y comencé a temblar. Mi corazón se detenía… se apagaba mi vida…
¡Esperanza! Se detuvieron mis sueños de ojitos cerrados…
¡Esperanza! Como hojas de otoño, volaron las risas… mis cintas, mis lazos, y no se oyó ni un llanto… ni el mío…
¡Esperanza! ¡Que un beso no recibiste!
¡Esperanza! ¡Que en los brazos de tu madre no dormiste!
¡Ay Esperanza que nunca naciste!

Autor:  Óscar M. Durán (@OscarDuranBook)






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