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martes, 6 de octubre de 2015

Sueños...



Pablo no oyó cerrarse la puerta. Solo el sonido del silencio que lo invadió en un segundo, para hacerlo sentir diminuto, minúsculo, insignificante…
No estaba preparado para aquel momento, ni nadie lo hubiera estado. Porque cuando se da todo no se espera el vacío por respuesta. Y ahora solo sentía aquel erial de emociones que lo habían borrado de la faz de la tierra.
Aquellos minutos no los olvidaría nunca. Marcados a fuego de palabras que retumbaban en su interior como un cincel homicida. Barriendo la alegría y la ilusión acumulada en un corazón que ahora solo era desierto.
Para dejar de ser consciente del tiempo. De las horas. De los días.
Dejar de ser. De estar. De vivir. 
Porque cuando el dolor es tan profundo, la vida no sigue, solo pasan los días; pero sin darnos cuenta, como si todo se hubiera detenido para nosotros y la existencia siguiera en un mundo ajeno, fuera de uno mismo.
Cerrar una historia...
Cerrar una historia…
̶ ¿Quién puede cerrar una historia de un portazo, sin más? ̶ se preguntaba una y otra vez en su cabeza sin encontrar respuestas.
Como era posible que tanto amor no mereciera otro fin o al menos una oportunidad para renacer; cuando ni siquiera era consciente de que languideciera. Y no aquel frío. Aquella soledad yerma que no tenía sentido.
Porque el amor era para valientes, pensaba. Y cuando se ha construido con tanto cariño, dándolo todo, no merecía aquel final ni aquel silencio aunque la tristeza fuera compartida. No cabían excusas, ni disculpas. Porque lo que se había tejido despacio no se podía deshilar en un minuto. Y sobretodo porque la quería con todo el corazón.

 […]

Habían pasado dos semanas. Sin duda las más difíciles que Pablo recordaba. Y a pesar de sus esfuerzos, de las tiritas de cariño de su entorno, de su espíritu  optimista, no habían vuelto la sonrisa ni la alegría.
No sabía nada de María.
Ni una llamada. Ni un mensaje. Ni una palabra de aliento que diera alas a aquel hombre devastado, aunque Él sabía que la inundaría igualmente la tristeza. La conocía y la comprendía bien, aunque a veces ella lo dudara. Por eso y a pesar de todo quiso respetar su duelo y su espacio, pese a que cada hora que pasaba sin sentir su presencia, moría lentamente.
Y es que a veces todo tiene un sentido, pero hay momentos en que todo carece de lógica, la que no encontraba. Porque el corazón no entiende de matemáticas, solo de emociones. Y aquella historia no podía acabar siendo dividendos y sustraendos.

            […]

Aquella mañana de Diciembre había amanecido de nuevo cargada de nostalgia. Pero Pablo decidió no resignarse a permanecer de nuevo en el abandono. Así que a duras penas se echó a la calle en busca de brisa y sol del sur. Tal vez en busca de sí mismo.
...de Nostalgia.
…de Nostalgia.
Sin darse cuenta, como un autómata, comenzó a recorrer aquellos lugares que hacía poco había visitado de su mano. Como si aquella esencia, la de los dos, permaneciera invisible y mágicamente suspendida en el aire para curar un poco aquella melancolía. Y cada paso, como un milagro, comenzaron a pegarse uno a uno aquellos trocitos de aquel alma rota, y con ella lentamente su estima. Como si la luz de invierno le hubiera dado las fuerzas que le faltaban para renacer un poco a la vida.
̶ ¿Qué estaría haciendo ella en ese mismo instante? ̶ pensó al pasar junto a aquel café donde comenzaron a compartir sus confidencias.
Y casi sin percibirlo, la sonrisa volvió a dibujarse en su cara, al recordar tantos días compartidos. Al rememorar sus viajes, sus ilusiones, su ternura. No la tenía ya junto a Él –pensó–, pero no se había marchado. Y esa sensación lo sacó de aquel pozo de tristeza para devolverle la esperanza.
Si se habían amado y se amaban como pensaba. Si habían sido capaces de sortear todos los escollos, si estaban destinados a estar juntos, ocurriría. No podía abandonarse a la resignación ni al olvido imperdonablemente. Solo se trataba de confiar en que en aquel corazón inmenso pero atormentado de María, habría un hueco para Él y su amor. Solo quedaba confiar como siempre en sus sueños.

[…]

Cuando quiso darse cuenta se encontraba casi saliendo de la Ciudad. Había decidido coger el coche; le relajaba conducir y ver como los kilómetros caían como hojas del árbol, y con ellos sus tristezas. Al llegar al cruce no lo pensó y puso el intermitente, para aparcar bajo el árbol como tantas veces. La estación brillaba bajo aquella luz y Pablo se sintió en casa.
Le relajaba conducir...
Le relajaba conducir…
La camarera le sonrió nada más verle. Y se acerco a Él.
–¡En la mesa de siempre, supongo!–le comentó alegremente, mientras se adelantaba para acompañarlo.
Abrió la puerta despacio, mientras la sostenía amablemente para que Él pasara. Los rayos del sol se colaban por las ventanas entreabiertas y aquel olor a madera que tanto recordaba lo llenaba todo.
De pronto, en aquel instante, un aroma inconfundible llegó a Él como un prodigio. Era su perfume… Nervioso dio un paso, para en la penumbra de aquella estancia, divisar su figura.
–¡No puede ser! –pensó, mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo y sentía que el corazón le estallaba.
–¡Has tardado demasiado, cariño, llevó muchos días esperándote!– Retumbó en aquel espacio ahora solo ocupado por los dos.
Mientras lentamente se acercaba a Él para rodearlo en un abrazo infinito.  

[…]
Las horas cayeron sobre aquella pareja perdida en su mundo, como si nada hubiera ocurrido.
No hubo reproches ni disculpas. No eran necesarias. No hubo preguntas, porque los dos eran la respuesta. Porque cuando soñamos solos, es nada más que un sueño. Pero cuando soñamos juntos el sueño puede hacerse realidad.

Autor: PROSILAND (@PROSILAND) 








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