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lunes, 18 de abril de 2016

Esperando




Dulce es su mirada, insistente era su corazón, enamorada del mar, enamorada de aquel amor...
Su pelo rubio se anillaba en el viento, esperando su regreso, en aquel faro junto al puerto.
A veces se escondía detrás de la ventana con vistas al mar, la cortina acariciaba su suave piel y allí se llenaba de atardeceres, entre la melancolía de la lluvia y los crepúsculos de aquel mar. Era eterna su paciencia, no tenía un final...
Olas con furor golpeaban su corazón, su espíritu se anilló en el sonido del mar. Pues su fiel amigo, el mar, le arrancó su gran amor...
Él le prometió volver mientras embarcaba en aquel velero, dándole un beso en la frente se despidió de ella. En aquel muelle, en aquel faro, donde los atardeceres se anidaron en sus ojos, esperando a su amor, allí en un amanecer, él le dedicó en un susurro un adiós, y un olvido silencioso, que ella nunca pudo descifrar.
Nunca hubo olvido, nunca lo quiso y siempre lo necesitó. Su corazón se aferró a aquel muelle, su cabello blanco se tornó, y su piel se arrugó, pues se llenaron de amaneceres esperando que el barco le devolviera su amor...
Llevaba el mismo vestido, la misma tristeza, la misma desilusión, para cuando él regresara supiera que era ella.
Y allí, junto al faro, el sol se ahogaba cada día en aquel mar, con la melancolía de su alma.
En la agonía de su olvido. Pues él desapareció en la lejanía del mar, donde sus ojos lo dejaron de ver.
Se abrazó a si misma, se abrazó al mar, no quiso otro amor, no quiso olvido, no quiso un adiós, no quiso un nunca jamás. Pero él nunca regresó y ella anclada en el mar se quedó. Sola con el sol, sola con el mar, entre sus canas, recuerdos y fotos, allí su corazón se quemó.
Empapada en llanto ella murió en aquel faro. Murió su espíritu, murió su sonrisa y murió su alma...
El tiempo se escapó entre sus dedos, y sus pies echaron raíces en aquel muelle, junto al faro.
Nunca hubo consuelo, nadie le arrancó el beso de su frente, nadie le arrancó aquel día.
Sola se quedó y allí falleció, en aquella casa de madera junto al faro.
Su corazón se llenó de amaneceres y atardeceres y sus labios carcomidos por la soledad, por la falta de calor y humedad... cayeron por fin con un suspiro de tristeza, sus ojos mirando al mar se cerraron, para no abrirlos nunca jamás.
Un pescador que paseaba junto a su casa, se asomó aquella ventana de madera vieja y carcomida por el sol y la humedad, se abría y se cerraba por el viento, daba junto al mar.
Y allí sobre la cama, con su foto desgastada por el tiempo cerca de su mano, se la encontró sin vida, sin amor y sin un canto que ofrecerle a su amor.
Muchas lunas pasaron hasta que con un suspiro le dijo adiós. Murió con el mismo vestido, con el mismo recuerdo y con la misma despedida que él le brindó.
La enterraron junto al faro, junto a su casa con vistas al mar, y con una inscripción que decía: "El mar se enamoró de ella, y sola y sin amor la quiso dejar".

Autor: Cenicienta (@BaulCenicienta)



“El mar es dulce y hermoso, pero puede ser cruel.”

Ernest Hemingway


La historia del relato está basada en esta canción de Maná




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