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miércoles, 20 de julio de 2016

El puente




1
Todo empezó en las orillas. Las formadas por un río que corría con un caudal limpio, traslúcido, pero bravo. En cada una de esas orillas un pequeño poblado con casas, en su mayoría de piedras, con techos de tejas mohosas y muy juntas unas de otras, como dándose calor. Los dos pueblos se asemejaban tanto que parecían verse en un espejo y sus pobladores, vecinos que vivían las mismas situaciones diarias y hasta compartían las mismas esperanzas. Pero, les separaba el río.
Acostumbraban a hablarse, casi a gritos, de una orilla a la otra y como vecinos bien avenidos, sabían de los nacimientos y muertes o, de las bodas y bautizos de la otra aldea. Las mismas historias contadas de padres a hijos y también, amores que nacieron tras mucho tiempo de miradas y sonrisas en la distancia. Pero, sin saber muy bien cómo habían surgido dentro de aquella maraña de bosque y acostumbrados al ruido del agua, no había un puente que los acercara. Caminaban unos seis kilómetros río arriba, hasta el lugar donde caudal era más estrecho, para encontrarse con la gente de la otra orilla, entonces intercambiaban productos de sus cosechas o chismes que los mantuviera al día.
2 
                                             
Mario miraba fijamente al agua, esperaba. Todos los días, más o menos a la misma hora se encontraba con Sara. Se puede decir que habían crecido juntos, pero cada uno en su orilla. La joven lo miraba desde hacía algunos minutos y rompió el silencio lanzando una piedra al agua. El joven sonriente lanzó también una como respuesta. Y sin hablarse todavía siguieron lanzando piedras, justo al centro del río.
-¿Te imaginas que pudiéramos hacer un puente? – preguntó Mario
-Se necesitarían muchas piedras y toda una vida para eso – le dijo ella.
-Es verdad, pero creo que no he sido el primero en pensarlo y también creo que solo el amor podría construir ese puente.
-Seguramente hay muchas piedras en el fondo lanzadas por los enamorados.
-¿Y si lo hiciéramos con troncos?
-Tendríamos que talar muchos árboles y luego no habría sombra.
-Pero, podríamos estar juntos y las cosas que nos decimos a gritos nos las podríamos decir al oído.
-Sería maravilloso – le dijo ella con un suspiro.
El joven soltó una sonora carcajada y Sara, intrigada le preguntó:
-Y ahora, ¿de qué te ríes?
-Porque todas mis brillantes ideas las apagas con una excusa.


“Mi padre contaba que una vez hubo un puente. Él tampoco lo llegó a ver, pero si mi abuelo. La gente de las dos orillas pensó que, en realidad, éramos una misma aldea, pero separada por el río, por lo que era necesario unirla por un puente. Entonces, empezaron a surgir ideas de ambos lados de cómo lo construirían. Unos querían que fuera de piedra y los otros, de madera. Después de días perdidos en discusiones se empezó a levantar un puente de madera, aunque no cesaron las disputas por la forma en que se hacía el trabajo en una orilla y la otra. Trabajaron todos, hombres y mujeres por igual, y a medida que iban avanzando y acercándose, las rivalidades iban creciendo.
El puente estuvo terminado en pocos meses. Ya podían pasar de un lado al otro siempre que lo desearan, pero extrañamente, la convivencia había cambiado. Las vecinas que antes se hablaban a gritos y se contaban sus alegrías y penas, empezaron a tener pocas cosas que decirse. Los hombres que antes comentaban cómo iban sus cosechas y daban consejos al vecino para conseguir los mejores resultados, dejaron de reunirse por las tardes de un lado y otro del río. Los enamorados que podían verse cada vez que quisieran, preferían ir río arriba para encontrarse. Luego llegó el momento de decidir quién sería el líder del pueblo. Todos querían que fuera alguien de su orilla y los enfrentamientos, chismes e intrigas se hicieron presentes en la vida cotidiana. Los que más lo sufrían eran los más jóvenes, que no entendían por qué en vez de vivir en paz una convivencia tan deseada, la estaban desmoronando. Las familias pronto empezaron a prohibir a sus hijos los encuentros con los amigos y a los enamorados ir río arriba.


En una madrugada fría de pronto empezó a oírse el crujir de leña ardiendo. Desde las dos orillas corrieron hasta el río cuando vieron un gran resplandor que venía desde allí.  Al llegar, se encontraron con el puente ardiendo. Las llamas se elevaban a la altura de los árboles y en cada extremo del puente, los más jóvenes sentados mirando cómo caían al río los trozos de carbón ardiendo. En pocos minutos, el resto de la gente los imitó y se sentaron al lado de ellos hasta que se apagaron las llamas y solo se podía ver las ascuas. Nadie hizo nada por apagar el fuego, nadie se lamentó ni lloró. Al amanecer, comenzaron a recoger lo poco que había quedado en cada orilla y a gritos se organizaban para que todo quedara como antes del puente.
Mario, hijo. Lo difícil no es construir un puente, lo difícil es que encajen las orillas y que no se pierdan por muy brava que sea la corriente”.
Autor: Nerea Acosta (@lenenaza)
  
"Los más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar"
Bertrand Russell



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