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lunes, 14 de noviembre de 2016

Aquí me escribo





     Esta no es una carta llena de lamentos.
     Esta no es una carta que espera por respuestas.
     Esta no es una carta que expresa alegría.
Sencillamente…
Esta, es una carta. No fue pensada para nadie, me la dedico a mi memoria. 
Caluroso 10 de abril, cada moneda en mi bolsillo pesaba como 20 gramos de añil pero en términos jocosos, “eso no vale lo que pesa”. En su mera existencia, en mis bolsillos cargaba nada, pero resulta que la nada también tiene un peso.
El valor de las cosas me lo enseñó mi madre cuando dejó que se quebrara mi vaso favorito, puso en mis manos cinta adhesiva, pega de barra vieja, un gel fijador y un molde de circunferencia. Un set de herramientas poco útiles en separado, pero juntas eran la respuesta a mi predicado. Pensé.
En ese vaso preferido disfrutaba de mis limonadas caseras, de esas que le colocas rodajas del cítrico para agregarle “fuerza” al sabor, que más allá de solo refrescar, te nutriera bajo el arduo sol de la sequía del mes de abril. 
Cada tarde de mi juventud se asocia en una serie de recuerdos que saben a limón dulce, acompañado con el toque de torta de pan que hacía mi abuela por las tardes a las 4pm, un clásico que atesorar seguro.
Mi infancia fue sencilla. Poco sufrimiento, desilusiones del crecer, revelaciones al paso del tiempo y proyección con pubertad cercana entre un espacio y otro. Vida simple, pensaba.
Lo único que siempre me ha jodido la paciencia ha sido el espíritu de la emoción, el carácter espeso del sentimentalismo. Emociones que se desbordan en diferentes direcciones, tediosas en ciertas situaciones, hermosas y exquisitas a lo largo del destino. Pero siempre cargadas de poder, control y descontrol. Un caos bien edificado.
Desde el final de mi pasado, y en el continuo de este presente me siento orgulloso de haber acumulado fragmentos de consciencia. Un conjunto de piezas disparejas que hoy en día me facilita el reto de vivir la vida en plenitud, evitando aquél encierro y el desalojo latente de la eternidad incierta del mañana.
Hice del futuro en mi cabeza un antagonista, ilustrado con expectativas y mentiras de colores brillantes, ¡fugaces y atrapantes!
El desenlace de dichas ilusiones inició con una densa niebla, desarmando mi visión, sorteando al vacío, mi horizonte. Niebla, como aquellas que suceden en el interludio de una novela, esa que seduce a los personajes con misterio, donde la expectativa se vuelve un atentado violento en la oscuridad.
Esa es mi adultez, dispersa en una ola de fantasía y terror, estoy en el epicentro de la inestabilidad buscando el suspiro para poder continuar.
 Autor: Yuruán Silva (@Cactusliteratio)




Más de  Yuruán Silva en su blog Cactus Literario

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